Saturday, November 5, 2016

Mesa para 1: experiencias sobre la soledad

Hace un tiempito chateaba con un chico que me dijo: “que bueno q disfrutas tu soledad, eso es raro these days”. [sic]

Tiene razón, es raro.

La soledad es ese estado ominoso que casi todo el mundo teme. La gente está tan acostumbrada a la socialización y a estar en comunidad que ver a alguien janguiando, comiendo, o haciendo diligencias solo es sinónimo de pena, tristeza o rareza. Y más si eres mujer.

Para mí la soledad siempre ha sido trascendental en mi vida, en especial para mis procesos creativos y de meditación. Pero, luego de mi diagnóstico, tratamiento y sanación del cáncer el año pasado, la soledad cobró otro sentido. Contrario a lo que mucha gente podría pensar, durante esos meses fue cuando más sola quise estar; necesitaba mi espacio para descubrirme y sanar.

En gran sentido, la soledad fue mi aliada, mi compañera, mi paño de lágrimas y mi felicidad. Descubrí que al final del día y de la vida, quien debía estar ahí para mí, era yo misma. Simplemente no quería y no podía depender de nadie. Fui un poco egoísta y entré en una fase de ensimismamiento sublime que me ayudó a ser más fuerte, independiente, poderosa, valiente, en fin, a crecer como ser humano. En cierto sentido, la vida me reveló su secreto, su pura verdad, su sutileza y esencia. Yo agarré ese secreto en mis manos y es el tesoro más grande que guardo en mi corazón.


En mi nueva fase de vida, continúo haciendo mis cosas sola, desde hacer diligencias normales hasta janguiar en brunchs, cenas, shoppings, expos y conciertos conmigo misma. Y, como dice el chico, ha sido raro. No para mí, sino para los demás.

Hace poco fui al Festival Internacional Todo Acústico celebrado en el Parque Luis Muñoz Marín. Estaba en mi carro, abrí la ventana para que una muchacha me cobrara la entrada y me preguntó que “¿cuántos son?”. Bien normal le contesté “una”. Pero, o sea, en mi carro andaba yo sola y era evidente.

Otro día fui a desayunar a un restaurante y me preguntaron “¿mesa para cuántos?”. “Para mí”, contesté. Y me senté en la barra. Estaba sola también aunque esta pregunta es más aceptable que la anterior porque podía darse el caso de que alguien llegara a encontrarse conmigo.
Por otro lado, en varias ocasiones mientras he almorzado sola, algunos compañeros me han dicho “ay, qué haces tú solita ahí”.
Este tipo de comentarios y preguntas me han hecho estar más self conscious sobre mi soledad. Por eso tomo por cumplido lo que me dijo el chico porque, en efecto, estar solo o sola es algo que mucha gente no sabe hacer y mucho menos apreciar.

No obstante, debo decir que la soledad es un arma de doble filo. En el poema “Enamorarse y no”, Mario Benedetti dice:

por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo.


A veces siento la soledad así, como el desenamoramiento que describe Benedetti en su poema.
Estoy en un nuevo proceso de reconocerme, de averiguar qué hago con el don que me entregó la vida; un don que me aleja y me des-identifica de los demás.

Soy como una estrella fugaz perdida dentro de un océano; o como pez que nada de galaxia en galaxia y se difumina en los agujeros negros.
Lo importante creo que es eso, que soy. Soy. Existo. Y como de costumbre, aunque sola, celebro mi diferencia, mi unicidad estrellada.

*Dedicado a JI.
*Ilustración: Maurice Sendak