Sunday, August 20, 2017

Agosto y la danza en luz y sombra

You only need to look at your shadow to understand that darkness is simply an aspect of the light. -Amadeus Wolfe

Prólogo:

La luz tiene que salir de adentro del alma, del cuerpo. Debe brotar de los ojos, de la dermis y la epidermis, de la propia piel del corazón. Debe salir tan fuerte que provoque ceguera y lucidez ante los demás.


Tormeta y Lucidez:

En agosto llegó una tormeta inesperada. Como todas las tormetas, provocó inestabilidad, desenfoque, miedo, inseguridad y oscuridad. Sin embargo, el día que la gota colmó el vaso y sentí que mi barco se hundía, fue el día en que toda la ansiedad escapó de mí. Esa noche, bajo el claro de la luna y una leve lluvia descubrí que yo era un ser de luz. Solo era cuestión de manterme constante y no olvidar que al final de cada camino, mis pies y mi corazón siempre termian pisando el terreno seguro, amable y sedoso que merezco.


La Danza:

En agosto también comencé a bailar. Otra vez. Pero esta vez de otra manera. He dejado el ballet para sumergirme en la danza contemporánea o la pureza del movimiento del cuerpo. Llevaba esperando este momento hace más de un año y lo he acariado con tanto ímpetu que casi se ha convertido en adicción. En el movimiento he encontrado un rescate, un abrazo anónimo, calor y sentimientos que voy redescubriendo y sanando. Bailar me ayuda a salir de mi caparazón de tortuga. Me convierto en sirena estrellada y azulada. Bailo en la oscuridad para que brote mejor la luz, mi luz. Me estoy conociendo. Soy otra. Y es un verdadero placer conecerme así, finalmente.


Sunday, August 6, 2017

Ruta: la vuelta al hogar

Ayer, entre la ansiedad y un desespero naciente, sentí la increíble urgencia de querer salir corriendo hasta el final del mundo.


Así que decidí salir de mi apartamento a caminar. Nunca lo había hecho. Soy como los caracoles y las tortugas, me gusta sentirme protegida por mi caparazón. Pero ayer era justo y necesario salir. No me lo pedía tanto mi cuerpo; eran mi corazón y mi mente quienes andaban en un rollo y me pidieron a gritos (¡por fin se pusieron de acuerdo en algo!) que saliera a correr. Les hice caso y, con el mayor ímpetu, me vestí y salí a la calle.

Necesitaba sentir la sesación de estar huyendo, pero al mismo tiempo necesitaba respirar y tener un encuentro más directo con la naturaleza, la vida.

Entre el sudor y el nuevo desencuentro con la rutina, redescubrí mi vecindario.

Los que me conocen bien saben que tengo un olfato extraordinariamente sensible y, precisamente, este fue el sentido que más activo estuvo durante la experiencia andante.

Di cinco vueltas y pude trazar un mapa de olores dominicales que pululaban por cada calle: ropa limpia, marquesina limpia, algarroba, tronco húmedo, gatos, orina de gatos, grama, cigarillo, grama recién cortada, detergente para lavar la casa, goma de carros, escuela elemental, comida criolla preparándose, rincones abandonados...

Cada olor y estampa despertaba curiosidades en mí.

Al llegar a mi hogar me sentí feliz. Sobre todo porque en la ruta de la huida descubrí que la misma trataba sobre un regreso, a la casa, al hogar de mí misma. Me sentí más viva y menos sola.

"Todo está bien, mejor. Y la vida contiúa", me dije. Y me fui a dar un baño con olor a flor de naranjo.