Sunday, August 6, 2017

Ruta: la vuelta al hogar

Ayer, entre la ansiedad y un desespero naciente, sentí la increíble urgencia de querer salir corriendo hasta el final del mundo.


Así que decidí salir de mi apartamento a caminar. Nunca lo había hecho. Soy como los caracoles y las tortugas, me gusta sentirme protegida por mi caparazón. Pero ayer era justo y necesario salir. No me lo pedía tanto mi cuerpo; eran mi corazón y mi mente quienes andaban en un rollo y me pidieron a gritos (¡por fin se pusieron de acuerdo en algo!) que saliera a correr. Les hice caso y, con el mayor ímpetu, me vestí y salí a la calle.

Necesitaba sentir la sesación de estar huyendo, pero al mismo tiempo necesitaba respirar y tener un encuentro más directo con la naturaleza, la vida.

Entre el sudor y el nuevo desencuentro con la rutina, redescubrí mi vecindario.

Los que me conocen bien saben que tengo un olfato extraordinariamente sensible y, precisamente, este fue el sentido que más activo estuvo durante la experiencia andante.

Di cinco vueltas y pude trazar un mapa de olores dominicales que pululaban por cada calle: ropa limpia, marquesina limpia, algarroba, tronco húmedo, gatos, orina de gatos, grama, cigarillo, grama recién cortada, detergente para lavar la casa, goma de carros, escuela elemental, comida criolla preparándose, rincones abandonados...

Cada olor y estampa despertaba curiosidades en mí.

Al llegar a mi hogar me sentí feliz. Sobre todo porque en la ruta de la huida descubrí que la misma trataba sobre un regreso, a la casa, al hogar de mí misma. Me sentí más viva y menos sola.

"Todo está bien, mejor. Y la vida contiúa", me dije. Y me fui a dar un baño con olor a flor de naranjo.

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