Hoy visité el nuevo supermercado de Monte Mall. Lo remodelaron y esta semana fue su gran apertura. Ahora creo que se llama Pueblo, The Village o algo así. Tú sabes, le añadieron un toquecito elite...
Como parte de la remodelación, hicieron el espacio más grande y ahora hay más variedad de productos. De hecho, ni siquiera fue que hicieron el espacio más grande, sino que cambiaron de local. Ahora queda en el segundo piso.
Y bueno, entré al súper. Había mucha gente aprovechando los grandes especiales de reapertura. Nunca me ha gustado estar alrededor de mucha gente; odio los bullicios, la muchedumdre...
Pero, yo tenía dos o tres cositas que comprar y, principalmente, quería complacer a mi mamá y comprarle 7 docenas de huevos que estaban nada más y nada menos que a $5. Comprar al por mayor o estilo cuponeras, me da vergüenza. Será por mi condición de soltera y sin familia... porque, ¿quién rayos necesita tantos huevos? Supongo que los reposteros; yo no, y a lo mejor ni siquiera ni una familia de 5.

Anyways, mi mamá cocina mucho para mis tíos y ella hace muchos bizcochos; así que supongo que era un gran especial para ella. Pero, como decía, comprar cosas al por mayor que yo no necesito me hace sentir bien self conscious, como si estuviera haciendo algo malo. Traté de avanzar lo más posible, pero imagínese, tuve que abrir cada cajita y verificar que todos los huevos estuvieran en perfecta condición. El tiempo se me hizo un poco eterno pero valió la pena porque mami está feliz. Y de esas esas docenas, me llevaré dos a mi apartamento. Esta semana definitivamente estaré haciendo recetas, muchas recetas que contengan huevo.
Pero, realmente, este no es el punto de mi historia...ni la reapertura, ni el especial, ni los huevos, ni siquiera comprar al por mayor...
El punto, es aún, un poco menos ridículo.
Cuando era pequeña, siempre iba al supermercado con mi mamá. Yo lo odiaba porque me tenía que levantar temprano para ir con ella. Al menos eso es lo que recuerdo. Y, aunque no tuviera que levantarme temprano, no me gustaba ir. No sé ni por qué. Quizá era la rutina, quizá era que me quería quedar en casa viendo muñequitos. O, ahora que lo pienso, quizá yo era demasiado pequeña para quedarme sola en la casa. Lo que sí recuerdo es siempre sentirme molesta por tener que ir...
Ya de adulta le he cogido un poco más el gusto, pero no es mi sitio favorito. Siempre que tengo que hacer compras, me regodeo un poco, busco excusas, y cuando entro al supermercado, quiero terminar lo más rápido posible.
Hace casi dos años, y por cosas irremediables del destino, tuve que regresar a casa de mi mamá. Como las costumbres no mueren, durante esos meses solí seguir yendo con ella a hacer compras, principalmente para ayudarla con mis tíos (ya que mami era y es quien se encarga de ellos).
Nostras íbamos a Sam's Club.
Fue, durante este periodo, que el odio se convirtió en nostalgia.
Ya no se trataba meramente de escoger alimentos, sino también de estudiar a la gente y sus comportamientos.
Estaban las madres acompañadas por su hija o hijas. Yo era parte de ese grupo. Estaban las parejas jóvenes, unos con cara de recién casados, llenos de esperanza y amor, y otros con cara de amargados. Estaban las familias completas, la mamá, el papá y sus dos, tres, cuatro o cinco hijos. Estaban las hermanas mayores, la mamá joven soltera con su bebé, estaban papá e hijo... En fin, todo el mundo acompañado. Hacer compras era una tarea familiar, de compartir, un ritual de domingo o de fin de semana.
Ver todos estos grupos de personas me hacía reflexionar sobre mi vida y me hacía sentir una especie de nostalgia por el futuro. En cierto sentido, me hacía sentir melancólica y me ponía a pensar en el momento en que yo me casaría o tendría hijos y cómo no querría que ellos odiaran hacer compra como yo; o como yo me molestaría si se pasaran correteando y gritando por cada góndola...
Hoy, de repente, me di cuenta que hace un tiempo dejé de sentir esa nostalgia; que desde hace algún tiempo voy al supermercado y ya no analizo el comportamiento de las familias... Ahora me enfoco en cuán incómoda me siento cuando hay mucha gente y en cómo, antes de entrar, simpre pienso "ay, espero no encontrarme a nadie". No, tampoco me gusta el small talk y, por lo tanto, siempre quiero salir lo más pronto posible.
Hoy, particularmente, entre medio de toda la gente regocijada, entre medio del revolú y el frenesí en Pueblo, me sentí como la chica más triste en el supermercado. Sentía que no podía esconderlo, mi rostro triste, mi desánimo. No estaba segura si la gente se daba cuenta o si quiera si le importaba... "Pobre muchacha", habrá pensado alguien que me haya notado. O, "nunca había visto a alguien tan triste haciendo compras", habrá pensado otro.
No sé qué cosa ocurrió diferente. Quizá es que desde hace tiempo dejé de pensar en mi futuro con alguna familia y empecé a aceptar la posibilidad de quedarme sola.
Quizá es que el supermercado para mí siempre será un espacio vacuo, aburrido, lleno de personas y emociones saltedas... Quizá es eso, que ya no me veo en ellas.
Quizá es que me hace pensar en mi propia soledad, y aunque no me importa quedarme sola, admito que me hace querer compartir con alguien haciendo compras; quizá, en mi subconsciente, quiero ser como los demás y estar acompañada. Y no hay nadie.