La decepción es peor que la tristeza.
La tristeza se supera, poco a poco. Es agria, aunque linda. Cuando te acaricia este sentimiento, hay que aprovecharlo. Aunque sea clichoso, de ahí nacen los mejores poemas, pinturas y reflexiones filosóficas... En fin, de la tristeza misma nace la esperanza, y luego la felicidad.
En cambio, la decepción corrompe el corazón de una forma distinta. La decepción se agarra de la culpa, la del Otro y la de sí mismo. Es amarga y tarda en curar. Es un sentimiento retroactivo. Regresa con la espada en mano. Hay que estar preparado para defenderse. Y, pobre del corazón cuando ataca la decepción, pues de ahí se sigue enfermando el resto del cuerpo hasta llegar al cerebro. La decepción es una mezcla de furia, arrepentimiento e impotencia. Es un mal que hace desaparecer la esperanza y, por ende, la felicidad.
Es por eso que los peores rompimientos no son los tristes, sino cuando una de las dos partes queda decepcionada.
Lo digo por experiencia. He tardado más en sanar las heridas de la decepción que las de la tristeza.
La decepción regresa repentinamente, se convida a sí misma y llega cuando le parece, o sea, en el momento menos apropiado...
La decepción me apagó por completo. En esto venía pensando hoy en la tarde, y lo vengo pensando desde hace algún tiempo, desde que terminé mi última relación.
Algo dentro de mí murió. Eso que llaman la esperanza ya no existe para mí.
Ahora solo veo un camino solitario y bello, porque estoy yo sola.
Parecería que todo esto es una queja, pero no lo es. Es más un reconocimiento. Y supongo que son los efectos de la soledad.
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