El pasado miércoles 3 de agosto conocí a David.
No conozco su apellido, pero sé que me resultó más enigmático e impresionante que la famosa escultura de Miguel Ángel.
La historia comenzó aproximadamente a las 3pm. Estaba en mi trabajo, abrumada y con ganas de escapar a algún sitio. Sentía una casi-grave-urgencia de comerme algo dulce y de hablar largas horas con alguien. Empecé a pensar en un plan para por la noche y por cosas del destino decidí visitar Libros AC. Necesitaba despejarme y estar rodeada de cosas que amo, como los libros y el café, así que me pareció ideal visitar la librería, un espacio en el que sin duda alguna mi estado de ánimo mejoraría.
Hacía tiempo no iba y aunque pensaba ir sola, terminé yendo con una compañera de trabajo y su hija de 11 años. Desde que nos montamos en el carro, sabía que nos encaminábamos a una pequeña aventura.
Llegamos a las 8pm. Había gente. Había música. Todo apuntaba a que la pasaríamos bien.
Luego de ordernar un café, una mallorca y un baklava, nos sentamos en una mesa al lado de la salida de la librería con vista hacia la calle. Yo estaba más que emocionada. Confieso que, a parte de querer comerme algo dulce, tenía ganas de ver a chicos guapos. Así mismo lo había declarado una hora antes a mi amiga. No sé por qué, ni de dónde vino ese antojo, pero surgió así, de la nada.
Y para mi sorpresa, todo lo que había deseado desde las 3pm, se estaba cumpliendo.
...Pero jamás imaginé...
Mientras esperábamos sentadas, miro hacia la calle. En cámara lenta se acercaba un muchacho de tez blanca, pelo negro, con barba, estatura media-alta, hermoso.
Nuestras miradas se agarraron por varios segundos, se soltaron y se volvieron a juntar cuando entró a librería. Se sentó en la mesa al lado de nosotras, en la silla opuesta a la mía.
"¡Perfecto!", pensé yo mientras sonreía y le decía a mi amiga y a su hija que ese hombre era bello.
Nosotras continuamos la conversación. Nos trajeron la comida. Y en el interín nuestras pupilas seguían sonriéndose la una a la otra, de mesa a mesa.
Luego vino el primer encuentro cercano. Yo estaba viendo libros con la hija de mi amiga. El muchacho también estaba haciendo lo mismo. Decido pararme un poco de trás de él. De repente, se vira y quedamos de frente.
"Hola", me dijo con una sonrisa.
"Hola", le contesté tímida y coquetamente.
Tras el inesperado saludo, el chico se alejó de los libros y regresó a su mesa. "Ya se va", me decía yo.
Me apresuré a pagar un libro y una revista. Mientras la cajera me cobraba decido hacer una movida un poco atrevida para mí y le pregunto: "Oye chica, ese muchacho, ¿él viene mucho aquí?".
"Sí, a cada rato, él hace yoga allá al frente". Me sonrió y por suerte, no me pidió explicaciones.
Casi al mismo tiempo capturé al muchacho buscándome entre los libros; ya que se iba, presumo quería echarme una última mirada. Eso me sorprendió y en ese justo momento supe que todo era real, que yo no era la única sintiendo hormigas en mis manos y mariposas en mi estómago.
La hija de mi amiga estaba viviéndose la película conmigo y me dijo "ahh, tienes que coger yoga allá al frente ahora" y yo le eché el brazo por sus hombros y le dije: "creo que estoy enamorada" y soltamos una carcajada.
Por suerte, el muchacho aún no se había ido. Estaba en el lado de la barra. Yo decido rápidamente quedarme parada al lado de nuestra mesa, convenientemente colocada al lado de la salida. Las estrellas estaban, definitivamente, a mi favor. Yo deseaba verle una vez más, juntar nuestras miradas, así que decidí ponerme mi sweater len-ta-men-te para darle oportunidad a que regresara de la barra y me viera al salir.
En efecto.
Regresaba hacia la salida, hacia mí y nos agarramos por los ojos. "Adiós" me dijo con una sonrisa. Me puse nerviosa y le contesté "Hola". Se fue. Y me senté en la mesa con una sonrisa de oreja a oreja.
Fin de la historia.
(O al menos juré yo).
De repente, aproximadamente 5 segundos después, mi cabeza se giraba con el sonido de una voz. Era él. Había regresado y estaba en nuestra mesa.
(o-m-g!)
"Permiso, tu cara me es bien familiar, ¿te conozco?", dijo.
No puedo creer que vino, no puedo creer que vino, no puedo creer que vino... Esto pensaba antes de contestar "No creo, pero sí, tu cara me es bien familiar". Para mi sorpresa, y ante su cercanía, sentí que de verdad lo conocía de antes. Pero sabía que no.
"Yo soy David, un placer". Y estiró su brazo. Le di mi mano y me presenté con una sonrisa.
"¿Tú vienes mucho aquí?", le pregunté.
"Sí, a cada rato. Yo hago yoga allá al frente", me contestó. Me confirmaba la información que me había dado la cajera.
Entonces, el chico procede a presentarse con mi amiga y su hija. Me llamó la atención que a ellas le dijo su nombre en inglés: Deivid.
Nos miramos. Le dije que hace tiempo yo no venía a la librería, que iba más a menudo antes, que tal vez me había visto hace tiempo.
Hubo un breve silencio y me dijo "pues dame tu apellido para buscarte por Facebook". Todo pasó bien rápido. Tan rápido. Le dije que yo no usaba mi nombre real en Facebook y procedí a escribirlo.
Como si estuviéramos en la época de los 90's, agarré una servilleta y apunté mi seudónimo... y mi número de teléfono... ¿por qué no? Aunque no me lo había pedido, pensé que se lo merecía al haber tenido el valor de venir a nuestra mesa para hablarme. Le di la servilleta y se la quité otra vez para anotarle mi nombre de verdad. Entonces, con una sonrisa, nos despedimos. Y se fue.
Se fue. Y nosotras nos quedamos pasmadas, sonrientes, incrédulas, contentas y, sobre todo yo, impresionada ante la situación.
Esa noche no supe de él. Ni al otro día, ni al siguiente.
Me desilusioné un poco ya que, por la naturaleza de la historia, verdaderamente esperaba que me contactaría en los próximos dos o tres días.
Y nada.
Así que decidí hacer mi movida. El siguiente miércoles, una semana exacta después, visité la librería nuevamente. Esta vez decidí ir sola. No sabía qué esperar, pero no tenía nada que perder. Si lo veía, iba a dejar que las cosas fluyeran. Si se le había perdido la servilleta, suponía que vendría hacia donde mí a contarme, explicarme, decirme...
Pero con los mismos buenos deseos que entré a Libros AC, salí.
David nunca vino.
Tan pronto salí de la librería cerré capítulo. El capítulo. El veintiúnico.
Y así, he dejado las cosas al destino. ¿Quién sabe lo que nos guarda?
Solo sé que fue una linda historia, tan linda...que héla aquí...
No comments:
Post a Comment