Hoy tuve uno de esos momentos.
No suelo levantarme temprano. No soy "morning person". Nunca lo he sido.
Salí de mi casa a una cita médica. Eran las 6:00am. Estaba todo oscuro aún. Hacía viento y un poco de frío. Solo faltaba la lluvia. Comenzaba lo que prometía ser unos de esos días favoritos míos: los lluviosos, los que nos hacen acurrucarnos como gatitos.
Voy y regreso. Ya había amanecido. La luz del sol poco a poco comenzaba a calentar. Yo me decía "qué pena que no soy morning person porque esta luz es hermosa; es una pena pérdermela todos los días"... Pero al mismo tiempo reflexionaba que era bueno no serlo porque así sabía admirarla y valorarla más...como en ese momento.
Subo las escaleras hacia mi apartamento. La luz iba alzándose suavemente, casi con un sonido angelical. Me sentía feliz de que estuviéramos contectados, el Sol y yo.
Entro a mi hogar. Hago café y decido tomármelo con unas galletas export sodas y mantequilla, recordando a mi abuela y mi infancia. Me siento en el comedor.
Justo al frente, un poco hacia la izquiera, hay una ventana que da para el Este. El sol seguía subiendo al cielo. Y me iluminaba. Nos saludábamos como si fuéramos viejos amigos que no nos vemos en mucho tiempo. Su leve calor me hacía sentir viva, alegre, segura, protegida.
Yo tomaba mi desayuno en paz y sonreía a medias, como una luna creciente.
*
Gracias por ese instante de pura felicidad, Sol.
Gracias por dejarme saber que todo va a estar bien y que seguiremos siendo amigos.
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